Decía que quien se atreve a preguntar, no debe temer la respuesta. ¿Cuántas veces no ocurre que quien pregunta, lo hace como trámite (mera costumbre o para juzgar) sin querer escuchar una respuesta?
Quien pregunta únicamente para reafirmar una opinión no acostumbra a acoger de buen grado una respuesta no esperada, deja de escuchar y se pone a la defensiva. Por más que se intente desarrollar una explicación lo único que escucha son ataques y/o justificaciones.
Quien cuestiona, va ya con prejuicios y con la única intención de justificar un ataque o validar la opinión pre-formada antes de formular ninguna consulta. Las preguntas que se hacen se lanzan desde un conocimiento previo de la situación que es falso, ficticio. No pretende escuchar y ante la respuesta o explicación que le den seguramente lance afirmaciones como no es así, no lo comparto, ….
Quien no conoce, o conoce poco una actividad pregunta, escucha y recorre el proceso junto a su interlocutor. Se sitúa en la misma posición del otro y es capaz de lanzar nuevas preguntas o propuestas que hagan replantear (quizás) el porqué de la situación actual o cómo se puede mejorar.
Y hay, quien tiene conocimiento y se ha formado una opinión, pero pregunta sin juzgar, aceptando la validez y conocimiento de los demás. Escucha de verdad y por ello es capaz de elaborar las preguntas que le permitan revisitar el razonamiento que siguió (y quizás corregirlo), entender el porqué, redirigir las preguntas para que el interlocutor sea quien se plantee si es posible otro camino mejor.
Hay muchos tipos de preguntas y muchas formas de preguntar. La manera y el motivo permitirán que las respuestas sean más o menos constructivas. No hay una verdad absoluta y de nuevo, quien pregunta (The risk of asking) se arriesga a una respuesta y, sobretodo, tiene el deber de escuchar de verdad.